El caos, considerado vacío primigenio en múltiples sociedades, no se opuso al orden mediante la razón hasta los siglos XVI y XVII, en los cuales se planteó su existencia desde la otredad, dando sentido únicamente a las nociones de estructura cerrada como justificación necesaria de los regímenes colonizadores y reformistas.
Hasta la llegada de los años sesenta del ya pasado siglo, el impulso de nuevas teorías científicas comenzó a plantear la significación del caos como sistema abierto y dinámico, generador y regenerador de pensamiento y sobre todo, impulsor de creatividad. Fue necesario ese giro epistémico, plagado de movimientos sociales de rebelión y cambio (el BCM, las luchas LGTB, la segunda ola de feminismo, el Mayo francés…) y la llegada del indeterminismo científico para dar las claves del derrumbamiento del sistema como ente cerrado y justificado por leyes causa-efecto. Sin embargo, en toda esa serie de cambios que afectaron a la construcción de la cultura, los sistemas de producción industrial permanecieron inalterables, cuyo efecto desembocó en un sistema de fabricación y consumo exacerbado, el posfordismo. De un lado la producción en cadena y de otro la instauración del indeterminismo, impulsadas por la irrupción del avance tecnológico y científico, provocaron que en la actualidad nos encontremos en un sistema de redes infinitas que nos conectan de manera inmediata de un lado a otro del planeta, dando sentido a la idea de generación espontánea de pensamiento y creación encadenada, sensible al más mínimo cambio microscópico.
Desde la instauración del posfordismo, la construcción de significados resulta una copia del sistema de producción, todo permanece conectado y sin embargo, esa extrema conexión no facilita el acierto de un saber concreto, sino que da lugar a la multiplicidad de saberes. En ese dinamismo el arte es capaz de aprovechar el caos inminente como núcleo desde el cual abastecer nuevas formas de representación desde infinitas posibilidades.
Las fuentes de información igualmente se plantean como infinitas y los artistas se nutren de ellas para reflexionar sobre los orígenes de este sistema vibratorio en el que sin embargo, parece que todos caminamos hacia un sueño de estabilidad, vendido desde la promesa de instaurarnos como consumidores de bienestar. El sueño americano que ha impactado en las sociedades occidentales como base para una vida feliz, se plantea como el ojo del huracán de la ambición de capital de los estados del “primer mundo”.
Este mensaje teñido de ambición, viene implícito en las revistas, en las vallas publicitarias, en los anuncios televisivos, en el torrente de imágenes que construyen el puzzle codicioso del poder y la propiedad. En torno al empoderamiento de los mass-media configuramos lo internacional con una inmediatez que se convierte casi en cotidiana. Las miles de fuentes de información pasan a ser un Menú del día, una nueva forma de consumo abrupta que normaliza los hechos más catastróficos devaluando su influencia, pasando a ser un plato más que poder consumir sin excesiva carga. Igualmente nuestra intimidad queda subordinada al sistema de apariencias, desde la manipulación de lo personal en las redes sociales somos capaces de proyectar nuestra mejor imagen, un -yo ajeno a la angustia, al dolor, que encierra toda negatividad dentro del armario, sacando a la luz sólo las mejores galas, -Dime dónde te duele, y te diré por qué.
El arte como sistema estructurado igualmente en un engranaje de redes y nódulos de actuación y representación, tiene una impronta sistémica en la cual el caos da lugar a la creatividad, a diferentes miradas que subyacen de la realidad social inmediata. Hablar de un régimen en el que las imágenes nos hablan de normas y del efecto que todas esas normas tienen en la sociedad, nos lleva en muchas ocasiones a interpretar nuestros escenarios desde la decadencia, como víctimas impactadas por una opresión que hace de las prácticas artísticas un túnel desde el que dar salida al ansia de replantearnos como libres.
Lo personal es político toma más sentido que nunca pues siendo víctimas del sometimiento socio-económico, los cambios repentinos y los nuevos canales de interacción, nos hacen replantear si alcanzamos a dominar incluso nuestro cuerpo, nuestro espacio más inmediato. Los activos que hacen de este momento social un período de inestabilidad e indeterminación, actúan muchas veces de manera invisible y se nos plantean como códigos a los cuales no podemos acceder de manera inmediata, hablamos entonces de un régimen turbulento en el que se establece un caos cuyas causas y efectos se agitan a un ritmo frenético que nos impide medir y determinar cómo nos influirá la más mínima variación. El arte, generador de pensamiento y cambio, pretende siempre molestar, enturbiar, alterar la calma, accionar la reflexión, romper con la comodidad, provocar, remover, agitar y cuestionar todo tipo de orden; y en ese cuestionamiento se articulan los cinco discursos de esta exposición, replanteando la crítica a los regímenes socio- políticos actuales, introduciendo las polémicas de lo íntimo y lo privado como el primer estadio paciente, desde una sutil familiaridad en la que vemos reflejadas nuestras preocupaciones más profundas.
Artistas: Olga Isla, Jasmina Merkus, Juan Patiño, Sr. García, Beatriz Hoyos
Curaduría
Espacio Isala
Madrid, 2013